Pensar a alguien

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Ojalá sepamos mostrarte la cara amablе del mundo
Y te abrace еntre algodones cada noche un sueño profundo
Sabes bien que te protegeré, pero tú solo tendrás que aprender a caer
Y entender que en la vida todos buscamos querer y dejarnos querer

La cara amable del mundo. Rozalen

Cuando era (aún más) joven (😂) tenía un cuaderno para anotar mis objetivos vitales. De cuadrícula lineal, portada de piolin y brillo en los ojos, aquella libreta (guardada con cariño y una pizca de nostalgia entre mis estanterías) contenía sueños, aspiraciones y deseos, los más formales pero también, y sobre todo, los más locos y estrambóticos. Aquellos que nos definen y sustentan.

La mirada al salir de la facultad tiende a ser espontánea, amable, utópica e idealista. Se sueña (afortunadamente) alto, valiente y sin filtros. Supongo que dependiendo de las áreas desde donde uno se posiciona, el horizonte que se dibuja adquiere tonalidades y gradaciones diferentes. El caso es que, el año que me gradué en Trabajo Social, recuerdo escribir con letra emocionada, fantasiosa, temblorosa e inocente: «Trabajar con personas, no trabajar en algo administrativo«.

Trabajar con personas, con sus dudas, certezas, imperfecciones y vulnerabilidades. Trabajar con personas y, aún a riesgo de posibles e inevitables conflictos, ofrecer entusiasmo, idealismo, dudas, éxitos y fracasos. Trabajar con personas para conocer su mundo, que su esencia nos abrace y conquiste y poder compartir raíces.

A mis 20 años lo tenía claro, camino de los 50 re-escribiría una vez más, cuál voto matrimonial, aquel objetivo lejano en el tiempo, cercano en la esencia. Trabajar con personas.

Sin embargo, pese a los años transcurridos, ni mi yo del pasado ni mi yo actual somos capaces de nombrar o definir la emoción que me une a las personas con quien trabajo.

¿Podría decir que quiero a mis usuarias o usuarios? Demasiado intenso, quizá. ¿Los estimo, los aprecio, los valoro? Suena formal y encorsetado ¿Les tengo cariño? No son una mascota ¿Les atiendo, gestiono sus necesidades, promuevo bienestar? Académico y técnico. No soy capaz de localizar una palabra que lo defina como me gustaría, que lo precise tal y como lo siento.

Sin saber nombrarlo con exactitud, quizá lo más próximo y acertado podría ser decir que ‘los pienso’. ‘Los pienso’ muchas veces y ‘los pienso’ mucho. Me preocupa que estén bien, que puedan reconstruir sus vidas y descubran su esencia, que encuentren la responsabilidad y se olviden de las culpas, el puritanismo, los estigmas o el desprecio. Que se vean en el espejo, se reconozcan, se quieran y se perdonen. Que se miren con dulzura y compasión. Que fabriquen y confíen en su felicidad.

Comenzamos grupo en breve. Por delante, encuentros semanales donde definir, reconstruir, resituar y acompañar. Donde cuestionarse y aceptarse, como participante, pero también para comprenderse, asumirse, cuestionarse y perdonarse como acompañante.

Estoy aterrada, lo confieso. Aterrada a la vez que emocionada, expectante y deseosa de comenzar. En mi interior, ‘los pienso’ para recordarles que siempre, siempre se está a tiempo. Y que a pesar de los errores, se puede (siempre) comenzar de nuevo.

‘Los pienso’ porque su felicidad ayuda (aunque sea un poquito) a sostener y mantener la mía. ‘Los pienso’ incluso aunque suene desafinado para poder seguir cantando y bailando.

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