Recursos inhumanos

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Toda su persona se resume en un comentario de una realidad simple y clara: está vivo porque ha matado a los demás.

Recursos inhumanos. Pierre Lemaitre

Recursos inhumanos, de Pierre Lemaitre. Me ha dejado sin palabras y con demasiados pensamientos en la cabeza.

Con dureza, honestidad y cierta dosis de crueldad, Lemaitre describe la locura y el despropósito del mundo empresarial actual. Nos ofrece la visión del capitalismo más despiadado y de los efectos más dañinos de la competencia y rivalidad cruel, inhumana y extrema.

Recursos inhumanos. Recursos faltos de humanidad, sin capacidad o interés en mostrar sensibilidad, compasión o solidaridad con las personas y especialmente con sus momentos de dificultad o adversidad.

Alain Delambre fue, en su momento de mayor apogeo profesional, un importante ejecutivo de una multinacional cualquiera, de esas tan comunes y habituales en los escenarios laborales de los países europeos. Cuando alcanza cierta edad es despedido, cayendo en desgracia. Desde entonces busca desesperadamente un empleo, una manera de ganarse la vida chocando de frente con los impedimentos, los obstáculos y las miserias de un sistema cada vez más salvaje y desalmado, menos empático y compasivo.

A través de las desventuras y aventuras de Alain (que son francamente abundantes) podemos vislumbrar miserias, comportamientos viles y ruines. Situaciones de una bajeza que estremecen y asombran. Pero que, sin embargo, somos muy capaces de comprender, entender, compartir y ejecutar, por mucho que nos moleste reconocerlo. En mitad de esta lucha carnal, destacaría un matiz, un destello, una sospecha: en este mundo (que es el nuestro) no es suficiente con tener dinero, poder o admiración profesional. No. En demasiadas ocasiones, lo que de verdad anhelamos y por lo que luchamos es por tener MÁS dinero, poder y admiración profesional que la persona que tenemos al lado. No es cuestión de cantidad. Es cuestión de competencia. No se trata de tener. De vivir bien. Se trata de tener MÁS. De vivir MEJOR. O quizá lo que de verdad queremos es que los demás tengan menos. Que vivan peor que nosotr@s.

Frente a ello, frente al capitalismo sin ética, junto a Delambre, una manera de amar, de querer, de proteger y cuidar que enternece y conmueve. Que emociona y atenúa el dolor de sabernos – al menos en ocasiones – capaces de matar antes que morir. Generosidad, lealtad, desinterés, nobleza, honradez y afabilidad incluso en mitad de un capitalismo que nos roba el alma, la esencia y nuestras más profundas y arraigadas ideologías.

Confieso que mientras leía «Recursos inhumanos» he reflexionado sobre mi propia inhumanidad.

Lo he manifestado en infinitas ocasiones: soy una apasionada del Trabajo Social.

El Trabajo Social me invita a vivir, me da ilusión, me da fuerza, es el motor de mi vida profesional, parte de mi identidad e incluso una importante parcela de mi personalidad. El Trabajo Social regala mucho margen para la creatividad y la imaginación. Libertad para buscar nuevos espacios, nuevas estrategias para definir, contextualizar y establecer. Permite crecer como profesión, soñar y volar con alas libres y seguras.

Pese a ello, frente a la libertad y a una alegría difícil de definir con palabras, lo cierto es que desde el Trabajo Social son muchas, demasiadas las ocasiones donde encontramos muros de desprecio, desdén, menosprecio e indiferencia. Son demasiadas las ocasiones en las que percibes que no es que NO te quieran ver brillar, es que te quieren apagada, descolorida, debil y asustada.

Soy inmensamente feliz con mi trabajo. Puedo crear, creer, imaginar e inventar nuevos proyectos. Me siento libre y creo que tengo cierto talento para ello. Entendiendo el talento como una capacidad ingente de esfuerzo y una voluntad férrea para intentarlo una y otra vez. Talento como combinación de grandes dosis de ilusión, utopía, deseos y trabajo.

Sin embargo, al leer ‘Recursos inhumanos’ he conectado con un sentimiento difícil de reconocer, duro de verbalizar: la capacidad de odiar. Una mirada negra, viscosa, visceral y oscura como respuesta ante desplantes acumulativos, frente a desprecios y menosprecios amontonados en recuerdos imposibles de borrar.

Y aunque no me guste recordarlo creo que es justo reconocerlo y reconocerse en ello.

No encuentro las palabras exactas para definir con exactitud la imperiosa necesidad de encontrar mi lugar y mi espacio. No acierto con las frases ni el mensaje complejo, pero lo cierto es que cada noche me duermo recordando al karma promesas, alivio y descanso. Un regalo en forma de abandono que me permita un entorno donde no sospecharme despreciada, un espacio para olvidar el desasosiego permanente, la tristeza fría que se desliza cada mañana por mi espalda o la decepción y el miedo de saberme – en el fondo -tan inhumana, con tanta capacidad de odiar.

Y aunque implicara perder una parte esencial de mi identidad, lo cierto es que desearía vivir sin recordar la indiferencia, la condescendencia, el desinterés o la insensibilidad ante sentimientos permanentes que (me) generan tanto dolor, rabia y desconsuelo.

Perder una parte de la personalidad para ganar humanidad.

«Recursos inhumanos«, de Pierre Lemaitre. Me ha dejado sin palabras, con demasiados pensamientos en la cabeza y con una idea como sugerencia: quizá debería ser lectura obligatoria en los entornos laborales. Para recordar la importancia de conservar la humanidad.

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