La esperanza de la comunidad

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Si se callase el ruido
Quizá podríamos hablar
Y soplar sobre las heridas
Quizás entenderías
Que nos queda la esperanza

Si se callase el ruido. Ismael Serrano

Uno de los pilares del Trabajo Social es la intervención comunitaria. La necesaria mirada hacia la comunidad, trabajar con las personas y las familias, pero teniendo en cuenta siempre su interacción en entornos concretos. En diferentes contextos sociales.

Me identifico como salmantina (de adopción), castellana enamorada de mis orígenes, orgullosa de mi España querida, europea convencida y terrícola frente a remotos extraterrestres que decidieran visitar (y atacar) nuestra Tierra. Soy del Oeste, de un barrio que florece, con calles de colores y sonrisas de ilusión. Soy del Oeste y luzco con orgullo pendientes que son emblema, me emociono con ganchillos que adornan y participo siempre que puedo en construir identidad, en generar inclusión, en promover esperanza.

Pertenezco a una comunidad concreta, una comunidad a quien quiero siempre abrigar y por quien me he sentido siempre protegida, querida y respetada. Una comunidad a quien NO quiero dañar.

Cuando perteneces a algo, cuando te identificas con alguien, no quieres dañar ni a ese algo ni a ese alguien. Es un mantra que me repito con frecuencia e intento incorporar en mis intervenciones profesionales: la comunidad como elemento clave del tratamiento penitenciario. Promover pedagogía penitenciaria, trabajar hacia la comunidad, fijar nuestra mirada en las posibilidades, en los éxitos (incluso aunque sean limitados), en un futuro en común, de crecimiento, de convivencia y bienestar. Desde las cárceles hay mucho que enseñar, aprendizajes vicarios ocultos que – quizá – deberían ver la luz, para aprender, para comprender, para crecer como sociedad.

De un tiempo a esta parte observo con cierto estupor y asombro, con miedo y tristeza (imposible negarlo) cómo se estrenan documentales, películas o series con los casos más mediáticos de nuestro país. Material audiovisual que nos acerca a fenómenos sociales que tod@s queremos comprender. Interesantes (incluso pese a posibles sesgos) como análisis sociológicos de sucesos, de corrientes, de tendencias. Sin embargo, en la mayoría (sino en todos) de los casos se reclama justicia, se exige cárcel eterna para los perpetradores, se alimenta la figura de monstruos, de personas a quienes hay que expulsar, que expíen por los pecados de una sociedad que, quizá, tenga (tengamos) mucho que corregir. Monstruos sobre quienes recae la maldad y gracias a los cuales, el resto nos convertimos por contraposición, en seres bondadosos y misericordiosos. Ell@s frente a nosotr@s. Identidades contrapuestas.

Me preocupa (seriamente) que la visión mediática de estos delitos termine siendo un importante contrapeso, un obstáculo, un freno al necesario e imprescindible proceso de reinserción social.

¿La gente se reinserta?¿ Tienen solución? ¿De verdad crees en la reinserción social?En varias ocasiones me han planteado estas cuestiones, como si de ideología se tratara. Como si trabajara en el medio penitenciario por mis creencias, por mis ideas o mi pensamiento.

Yo no creo en la reinserción. Yo intento cumplir con nuestra Constitución, con el artículo 25 de nuestra Carta Magna. Porque es nuestro amparo y soporte, porque garantiza la convivencia democrática. Una legislación basada en la justicia, la libertad, la igualdad y la seguridad, para proteger nuestros derechos y garantizar el cumplimiento de nuestros deberes.

En todo caso, como mucho, puedo decir que creo en nuestra Constitución. Creo en ella porque garantiza un Estado social y democrático de derecho. Pero además, creo en ella porque confío en una sociedad que permite a las personas equivocarse, aprender, crecer y tener la ocasión de reconstruirse. Donde cabe la posibilidad de pedir perdón, ser perdonad@ y poder perdonar. Donde cabe la opción de restaurar, en la medida de lo posible, el daño causado. Creo en mi Constitución porque me niego a dar por perdida a las personas. Porque es (o al menos debería ser) refugio, amparo, protección y guarida. Para todos y todas. Sin excepción.

“Esto no es cuestión de victoria o derrota, aquí no gana nadie, la derrota la tenemos todos como sociedad, porque ha pasado (Pablo de la Fuente)”. Es una de las frases con las que finaliza el último documental de Netflix. Imposible estar más de acuerdo. En esta historia perdemos tod@s. Perdemos porque NO se trata de monstruos, de seres que produzcan espanto o rechazo. Se trata de personas que están aprendiendo  (eso espero, al menos), de personas que deberían tener la posibilidad real y tangible de asumir responsabilidades y errores para no volver a cometer los mismos delitos. Se trata, en definitiva, de «llegar a la convención personal y social de que determinadas conductas son absolutamente inaceptables«(Elena Sarasate). Y partiendo de esos aprendizajes prevenir de manera vicaria comportamientos delictivos (propios) y ajenos.

Quizá la verdadera justicia debería ser esa: que con estos documentales, con este material se pueda prevenir. Que, como sociedad, aprendamos a censurar, reprochar y corregir comportamientos inadecuados. Corregirlos para facilitar la oportunidad de regresar a la sociedad asumiendo modelos de vida respetuosos. Promover educación a través de la reeducación. Para que su libertad sea la esperanza de la comunidad.

Para que podamos juntas y juntos, con el aprendizaje común, perseguir, construir y alcanzar igualdad.

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